Control, control, control… en gran medida vivimos obsesionados por controlarlo todo. Queremos controlar al máximo cada simple aspecto de nuestras vidas. Pero… ¿Controlamos realmente todo lo que creemos? ¿O verdaderamente dejamos muchas cosas y situaciones al azar sin darnos siquiera cuenta de que lo estamos haciendo?
Ciertamente, cuando comencé a hacerme estas preguntas, me di cuenta de que rara vez estamos en situación de controlar lo que creemos.
Vayamos al ejemplo claro del tema que nos compete en este artículo, que son las inversiones y lo que creemos importante para nuestro futuro y el de nuestra familia:
El mercado nos vive dando y mostrando oportunidades constantemente. Pero si no estamos preparados para subir al tren, ni vamos hacia la estación, se hará imposible poder aprovecharlas.
Comencé a trabajar en La Banca (así denominamos a la industria financiera en América) en 1989. En un país que en ese momento vivía la segunda hiperinflación de su historia (Argentina) que acabara con un hermoso plan del gobierno de tomar todos los depósitos en moneda extranjera de la gente canjeándoselos por bonos del estado a 10 años. Lo que para muchos en ese momento fue una calamidad y un desastre, para otros fue una gran oportunidad y excelente negocio.
Cuando una parte de los ahorristas, que habían confiado en el sistema, se sintieron totalmente estafados ya que sus ahorros y esperanzas de comprar una casa, pagar la educación de sus hijos, cumplir sus sueños, desaparecía convirtiéndose en un simple papel de colores por el cual debían esperar 10 años, había otra parte de la sociedad que vio una oportunidad. Sin ánimos de querer o pretender juzgar las acciones de nadie, en aquel momento de crisis nació un nuevo negocio: la compra de deuda.
Si, ¡ya me dirán que eso existe desde los anales de las mesas de trading! cierto, pero muchos ahorristas, que necesitaban el dinero con urgencia, vendían sus bonos (por ejemplo, a 75 u 80 céntimos) a quienes no tenían apuro por su dinero… claramente al cabo de los 10 años y de las tasas del 13% sobre la moneda extranjera y la obligación de mantener la moneda original del momento generó enormes ganancias para quienes compraron esa deuda. No nos olvidemos que luego de la emisión de los Bonex ’89 la Argentina culminó agregando el cuarto “cero” a su moneda e indefectiblemente hubo una terrible reforma monetaria.
¿Cómo podía ser que una crisis semejante fuera buena y mala al mismo tiempo?
Es muy simple, todo depende del ángulo y la manera que tenemos de ver las cosas.
Solemos ver al dinero como una simple moneda de cambio, como una forma de acumular riquezas, poder… y no nos damos cuenta de que al fin el dinero no es más que energía potencial que podemos acumular, pero si no la utilizamos, si no le damos el valor y cuidado que se merece, se transforma y acabamos por perderlo.
Su efecto es tal cual lo dice la primera ley de la termodinámica y el principio general de conservación de la energía: la energía no se crea ni se destruye, solo se transforma. Este efecto es idéntico cuando hablamos de dinero.
Cuando un inversor o ahorrista pierde dinero, hay otra parte que lo gana. De la misma manera (y en una forma muy simplificada), si un gobierno imprime dinero, genera la devaluación de la propia moneda y esta pierde valor a tal punto que la base monetaria sigue manteniendo su equilibro respecto a su valor global. Pero este no es nuestro tema de conversación de hoy.
Siguiendo con el hecho que el dinero no es más que energía potencial en nuestras manos, y reconocemos que no es más que un simple “papel” hasta que llega el momento de darle un uso, aparece el principal problema que da motivo a este artículo. Queremos controlarlo, hacerlo crecer e incrementar nuestro patrimonio.
Ya en tiempos de los Fenicios, ellos comprendían muy bien lo que habían creado. Poner en metálico un peso adecuado que pueda utilizarse como objeto de intercambio entre las diferentes culturas, desde el mediterráneo hasta las indias. Este concepto, a lo largo de los siglos venideros, se convirtió en una industria por sí misma donde, como en toda industria, se persigue un fin de lucro. El dinero dejó de ser una simple “moneda de cambio” para convertirse en un producto.
La industria fue desarrollándose, creciendo, convirtiéndose en un aparato cada vez más eficiente en conseguir un producto barato para venderlo caro.